Nació
en México, D.F., el 3 de abril de 1871;
falleció en Nueva York, E.U.A., el
2 de agosto de 1945. Ingresó en la
Academia el 5 de noviembre de 1941 como numerario;
silla que ocupó: VIII (6º). |
José
Juan de Aguilar Acuña Tablada nació
en la ciudad de México el 3 de abril de
1871. Estudió en varias escuelas particulares
de Puebla y de la ciudad de México, y desde
los trece años fue alumno del Colegio Militar,
que entonces se encontraba en el Castillo de Chapultepec.
De allí pasó a la Escuela Nacional
Preparatoria y tomó también clases
de pintura, que fue una de sus aficiones.
Comenzó a trabajar en
modestos empleos en la administración de
los ferrocarriles. En Puebla, siendo niño,
conoció al poeta ciego Manuel M. Flores,
y años más tarde llegó a
intimar con Manuel Gutiérrez Nájera,
por el que sentía admiración.
A los diecinueve años
se inició en el periodismo con poemas y
crónicas dominicales, "Rostros y máscaras",
que publicaba en El Universal de Reyes Spíndola.
En aquellas colaboraciones pueden advertirse ya
algunos de los que serán intereses y rasgos
dominantes de su obra: estampas de la vida mexicana,
traducciones de Edmond de Goncourt sobre arte
japonés, crónicas de temas internacionales,
poemas audaces y refinados. A lo largo de medio
siglo escribiría más de diez mil
artículos y emplearía varios seudónimos.
Colaboró asimismo en otros periódicos
y revistas de la capital: El Mundo Ilustrado,
Revista de Revistas, Excélsior y El Universal
Ilustrado; en periódicos de Caracas, Bogotá,
La Habana y Nueva York; en revistas literarias
como la Revista Azul, la Revista Moderna, La Falange
y El Maestro, y fundó la excelente revista
ilustrada, Mexican Art and Life (México,
1938-9).
Sus sátiras políticas,
Tiros al blanco (Actualidades políticas),
se coleccionaron en 1909; su novela, La resurrección
de los ídolos, se publicó como folletín
de El Universal Ilustrado en 1924 (doce cuadernos).
En prosa publicó también la Historia
de la campaña de la División del
Norte (México, 1913), para exaltar los
triunfos militares del general Huerta; la monografía
sobre Hiroshigué, el pintor de la nieve
y de la lluvia, de la noche y de la luna (México,
1914); la Historia del arte en México (México,
1927); la primera parte de sus memorias, La feria
de la vida (México, 1937), y Del humorismo
a la carcajada (México, 1944).
Su poema "Ónix",
publicado en 1894 en la Revista Azul, inició
su prestigio como poeta. A raíz de la publicación
de "Misa negra", en 1898, Tablada escribió
una carta, dirigida a varios escritores, en la
que sugirió la creación de la Revista
Moderna, que llegaría a ser una de las
más importantes de México. Su primer
libro de poesía, El florilegio, se publicó
en 1899 (luego reimpreso y aumentado en la 2ª
ed. de 1904).
De junio a octubre de 1900 visitó
el Japón, cuyas letras, artes y costumbres
dejarían una huella persistente en su obra.
Algunas de sus impresiones de ese viaje quedan
en las crónicas de El país del sol
(Nueva York, 1919). En Coyoacán se construyó
una casa de estilo japonés. A otra de sus
mecas intelectuales, París, viajó
del otoño de 1911 a la primavera de 1912
y de estas experiencias surgieron las crónicas
de Los días y las noches de París
(México, 1918). Opuesto
a Madero desde el inicio de su campaña
política, y contra el cual había
publicado un sátira en verso, Madero-Chantecler
(México, 1910), Tablada colaboró
en cambio con el gobierno de Victoriano Huerta.
A la caída del usurpador, emigró
a Nueva York, que habría de ser su residencia
permanente durante largos años. Cuando
los zapatistas entraron en la ciudad de México,
un tal Montes de Oca, a quien Tablada había
protegido y que se hacía pasar por general
zapatista, saqueó la casa japonesa de Coyoacán
y destruyó entre otros bienes el manuscrito
de la novela La Nao de la China.
En 1918 el presidente Carranza
lo nombró secretario del Servicio Exterior,
y Tablada pasó algunos años en Bogotá
y en Caracas. Realizó entonces una activa
labor cultural, dio conferencias, publicó
artículos y editó en Caracas dos
de sus libros más importantes: Un día...
(1919), con poemas sintéticos a la manera
de los hai kais japoneses, que reveló en
lengua española, y Li-Po y otros poemas
(1920), de composiciones "ideográficas",
paralelas a los Calligrammes (1918) de Guillaume
Apollinaire. José María González
de Mendoza ha hecho notar que, en este caso, se
trata de una coincidencia, pues los primeros "madrigales
ideográficos" del poeta mexicano son
de 1911, en tanto que los caligramas de Apollinaire
son coetáneos de la guerra de 1914 a 1918.
Trasladado en 1920 a Quito,
Tablada renunció a su puesto diplomático
a causa de la altura de esta capital; pasó
algunos días en México y volvió
a Nueva York, donde fundó la Librería
de los Latinos. Su estancia en esta última
ciudad fue muy provechosa para el mejor conocimiento
de México, entonces mal visto a causa de
la Revolución, y para llamar la atención
de los Estados Unidos sobre los nuevos artistas
mexicanos como José Clemente Orozco, Diego
Rivera, Miguel Covarrubias y Adolfo Best Maugard,
a los que destacaría también en
su Historia del arte en México. Uno de
los poemas en francés de Tablada, "La
croix du sud”, fue puesto en música
por Edgar Varèse. En 1922 y 1923 volvió
a México y en este último año
un grupo de escritores jóvenes le dio un
homenaje en el que se le llamó “poeta
representativo de la juventud”. La Academia
Mexicana lo designó miembro Correspondiente
en 1928 y de Número en 1941. Se instaló
de nuevo en México y luego en Cuernavaca
en 1935. Retornó a Nueva York como vicecónsul
a mediados de 1945 y allá murió
el 2 de agosto del mismo año. Por gestiones
de la Academia Mexicana sus restos fueron repatriados
y sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres,
el 5 de noviembre de 1946.
La poesía de Tablada es importante por
su calidad estética y su originalidad y
también por haber sido una ventana abierta
a perspectivas siempre renovadas. Comenzó
siendo un poeta modernista, en El florilegio,
y ya desde entonces algunos de sus poemas más
audaces fueron piedra de escándalo. Los
poemas sintéticos a la japonesa, los “ideográficos”,
las “disociaciones líricas”
de El jarro de flores (Nueva York, 1922) o los
“poemas mexicanos” de La feria (Nueva
York, 1928) fueron experimentación, renovación
formal, ruptura de tradiciones, sorpresa siempre
y, muchas veces, espléndidas realizaciones
líricas. En el último de sus libros
sintió la atracción del López
Velarde de “La suave patria”, pero
no imitó la intimidad sentimental del poema
sino que la convirtió en colorido rabioso
y humor, en alegría y algarabía.
Él mismo sintetizó su credo estético
en estas frases de una carta a González
de Mendoza, publicada en mayo de 1919 en Álbum
Salón: “Todo depende del concepto
que se tenga del arte. Hay quien lo cree estático
y definitivo; yo lo creo en perpetuo movimiento
y en continua renovación como los astros
y como las células de nuestro cuerpo mismo.
La vida universal puede sintetizarse en una sola
palabra: movimiento. El arte moderno está
en marcha, y dentro de él la obra personal
lo está también sobre sí
misma, como el planeta, alrededor del sol.”
José Luis Martínez
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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