Nació
en Córdoba, Ver., el 20 de enero de
1822; falleció en México, D.F.,
el 14 de enero de 1889. Ingresó en
la Academia el 11 de septiembre de 1875 como
numerario; silla que ocupó: V (1º). |
José
Sebastián Segura nació en Córdoba,
Ver., el 20 de enero de 1822 y murió en
México el 14 de enero de 1889. Fue ingeniero
de minas, y poco tiempo antes de morir se hizo
sacerdote. "Fue uno de los hombres más
instruidos en ciencias y bellas letras, así
como en idiomas antiguos y modernos" (Pimentel).
Perteneció a varias sociedades científicas
y literarias. Publicó en un solo volumen
sus poesías: eróticas, varias, y
religiosas. Está dividido en tres partes.
"A los diez y seis años -dice- entre
las frías fórmulas del cálculo
infinitesimal trazadas en mi negra pizarra, escribí
la primera parte de este volumen, ignorando absolutamente
las reglas más triviales de la literatura".
"Más adelante, cuatro años
después, en mi práctica de ingeniero
de minas, en las montañas de Real del Monte
y Pachuca, compuse casi toda la segunda y la tercera
parte". Fue "discípulo de don
José Joaquín Pesado" y "hombre
de singulares dotes filológicas",
afirma Menéndez y Pelayo. Tras los pasos
de Pesado, es inferior a él tanto en la
vena poética como en la forma. Su débil
inspiración fluye con un sentimentalismo
fácil y de escaso relieve. Es menos incorrecto
que Carpio, pero carece de su brío y calor.
Sus momentos más afortunados hay que buscarlos
en sus composiciones cortas, logradas con delicadeza
de sentimiento y cuidado, aunque tampoco falten
en ellas los decaimientos. La influencia de los
poetas italianos, Petrarca y los variados academistas
del XIX, es sensible en reminiscencias e imitaciones.
La educación seria y disciplinada que exige
el conocimiento de las literaturas extrañas,
sobre todo de los autores greco-latinos, dotó
frecuentemente a nuestros academistas, Carpio,
Segura, Roa Bárcena, Arango y Escandón
y otros, de especial habilidad para el traslado,
habiendo salido de entre ellos excelentes traductores.
Segura tradujo al castellano Salmos, y algunos
trozos de profecías, odas de Horacio, églogas
de Virgilio, los cantos de Tirteo y Calino, del
italiano y francés y de preferencia baladas
de Schiller. "Su traducción del 'Canto
de la campana' es más literal y menos parafrástica
que la de Hartzenbusch, pero mucho menos poética",
afirma Menéndez y Pelayo. Todos sus críticos
están de acuerdo en que Segura brilla más
como traductor que como poeta original. “Digna
de especial atención y aplauso es su versión
de la égloga IV de Virgilio, en la que
ensaya con éxito la adaptación a
nuestra lengua del hexámetro latino.”
Las traducciones de Segura “tienen el no
despreciable mérito de ceñirse al
mismo número de versos que el original,
pero labor siempre difícil y sobremanera
ardua cuando se traduce a un poeta de tan henchida
concisión como Horacio” (Gabriel
Méndez Plancarte). Por ello no es de extrañarse
que entre las versiones de Segura, “no sean
las de Horacio las más felices” (G.M.P.).
Su versión de los tres primeros cantos
de la Divina Comedia está hecha con muy
cercana fidelidad y sentido artístico.
Es lástima que no haya alcanzado a realizar
su propósito de traducir en su totalidad
el gran poema.
Octaviano Valdés
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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