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Cátedra Alfonso Reyes
Humanista mexicano

HUMANISTAS MEXICANOS

 

HUMANISTAS MEXICANOS



VICTORIANO SALADO ÁLVAREZ
Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua

Generación 1870
Nació en Teocaltiche, Jal., el 30 de septiembre de1867; falleció en México, D.F., el 13 de octubre de 1931. Ingresó en la Academia el 7 de septiembre de 1923 como numerario; silla que ocupó: X (2º). Cargo: Secretario (7º): 1925-1931.



V
ictoriano Salado Álvarez
Que Jalisco sea una región, en gracia a su reciedumbre, que es decir a su vigor, de prodigalidad cultural, continuamente renovada, es una positiva realidad que los mexicanos de otros rumbos tenemos que reconocer, admirar, aplaudir, si se quiere envidiar, pero, en este caso, habría que tener, a un tiempo, un estímulo en ello para la conformidad y, sobre todo, para la imitación. En esta vastedad de contradicciones que es México, de altos y bajos, de acantonamiento, de pronunciada conciencia de patria chica y, en suma, de individualismo, fuerza es ver y, por otra parte, tener muy presente, que Los Altos, que la costa, que los llanos en que se asienta Guadalajara, que Chapala y el río que la alimenta y sale de este mar interior, son parte, y principal, en que se ha gestado, y se gesta, una casta de recias personalidades.
   Salado Álvarez es de Teocaltiche, pequeña ciudad de Los Altos. Gente recia, de gran arraigo a su tierra, dedicada, desde hace muchas generaciones, a las ímprobas labores del campo y, por tanto, acostumbrada a los vaivenes, frustraciones, caprichos, contratiempos de los elementos, es la alteña, la cual, justamente por estas incidencias, crece en constancia y se afianza en su fidelidad y a todos nos da ejemplo de salud, de prestancia, de audacia, de firmeza, de paciencia, de virilidad y, en resolución, de juventud.
   Nos cuenta Salado Álvarez en sus memorias lo que era su familia y lo que significaban las tradiciones de que ésta era la depositaria y transmisora. Sus compañeros de andanzas literarias, don Carlos Pereyra entre otros, le llamaban el moro Muza, tenida cuenta de su fisonomía, de pronunciados rasgos moros. La Guadalajara de fines del siglo XIX fue el escenario en que se desenvolvió, como estudiante, don Victoriano. Recibido de abogado, no dejó, antes por el contrario cultivó, sus inquietudes literarias, y descolló como crítico. Hizo versos, pero juez severo de sí mismo, cayó en la cuenta de que no era poeta, lo que demuestra que, objetivo y justiciero, se pronunció contra sí mismo.
   La ciudad capital ha ejercido atracción, y Salado Álvarez, como sus paisanos López Portillo y Rojas, José María Lozano, González Martínez, tuvo que venir a ella, donde, como se dice vulgarmente, pasó las de Caín. Ya maduro, poseedor de una personalidad definida, aquí ensanchó sus horizontes y encontró su camino. No olvidemos que estamos en el porfirismo, época, para México, de situación en el llamado concierto de las naciones civilizadas. Era la paz, la estabilidad, el disfrute de la técnica, en suma la modernización de México, esto es, el comienzo de la era industrial, la salubridad en las ciudades, las comunicaciones, el valor constante del dinero, el intercambio internacional, el crédito y la facilidad de adquirir los bienes de consumo. Porque hay que echar un vistazo a lo anterior. México, antes del porfirismo, era un bandidaje, y para emplear un término moderno, que lo dice todo, un bandidaje institucionalizado.
   Un jalisciense de Los Altos, reflexivo, atento al curso de la historia, consciente de las positivas realidades de su tiempo, informado de las corrientes del pensamiento europeo y norteamericano, literato él mismo y conocedor, con sagaz criterio y gusto refinado, de lo que escribían sus contemporáneos de aquí y de fuera de aquí, amigo de intelectuales, asiduo contertulio de don José María Vigil, su ilustre paisano, fue Salado Álvarez.
   Y no pudo menos que exaltar a don Porfirio. Sus libros, modelo de perspicacia, de adivinación, de penetrante ingenio, De Santa Anna a la Reforma y De la Intervención al Imperio, después editados con el título de Episodios nacionales, nos hacen ver, y podría decirse con verdad que nos hacen tocar con la mano, la preparación histórica para la aparición de don Porfirio y para los beneficios al país hechos por la sobriedad, el desinterés y el rigor moral del Dictador.
   Podrá uno aceptar o rechazar las apreciaciones de Salado Álvarez respecto de nuestra política. La forma, no precisamente novelada, sino, en realidad de verdad, de interpretación inquisitiva que quiere dar con el secreto de los corazones, no sólo es plausible, desde el punto de vista literario, sino a todas luces acertada. Esto en cuanto al porfirismo. Por lo demás, y tratándose de otros temas, el agrarismo, la diplomacia, las comedias del patriotismo, Salado Álvarez usa de una ironía de sutileza ejemplar. Curioso, con curiosidad de censor y de hombre avisado, de lo que se escribía en su época, dio muestras de un estilo depurado, apegado a lo castizo, y en el que usó con gracia y atingencia, como nadie lo ha hecho en México, del arcaísmo. Sus "Minucias del Lenguaje", publicadas en los diarios, lo acreditan como un gran conocedor de la lengua. La filología y la semántica, además de los giros de los clásicos, fueron su dominio.
   Fue un gran periodista. En dos o tres cuartillas les daba a sus muchos lectores un alimento intelectual completo. Escritor cabal como era, tenía el inapreciable don de síntesis, y cada uno de sus artículos periodísticos resultaba ser una perfecta unidad. Sencillo, alegre, humano, siempre buscó el contacto amistoso. Daba lo que tenía: su experiencia de hombre honrado y su gran corazón.
Jesús Guisa y Azevedo
Semblanzas de Académicos. Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana. México, 1975, 313 pp.

 

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Agradecemos el apoyo para la realización de este proyecto de:


FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS. UNAM

 


GOBIERNO DEL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE MORELOS





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