Nació en Cotija de la Paz, Mich., el
25 de septiembre de 1890; falleció
en México, D.F., el 4 de julio de 1952.
Ingresó en la Academia el 14 de junio
1950 como numerario; silla que ocupó:
XII (4º). |
José
Rubén Romero
Nació en Cotija de la Paz, pueblo del estado
de Michoacán, el 25 de septiembre de 1890,
y murió en la ciudad de México el
4 de julio de 1952.
A los siete años se trasladó
con su familia al capital, en donde estudió
en la escuela de la familia Barona.
A los quince años regresa
a Michoacán, y en Ario de Rosales publica
con un amigo un pequeño periódico,
El Iris, en donde aparecieron sus primeros versos.
En Santa Clara del Cobre participa en el levantamiento
en favor de Francisco I. Madero, que encabeza
su propio padre. En 1912 es nombrado receptor
de rentas.
El Dr. Miguel Silva, gobernador
del estado de Michoacán, lo lleva a Morelia
como su secretario particular. Cuando, en la Decena
trágica, Victoriano Huerta asalta el poder,
Romero hace un rápido viaje a la ciudad
de México, y a su regreso abre una tienda
de ropa y abarrotes en Tacámbaro (1914-1918).
Esos cinco años de su vida los ha novelado
en Desbandada (1933).
De 1908 a 1919 publicó
cinco libros de versos; el último, Tacámbaro
(1922), es una colección de jaikayes, género
que entonces estaba de moda. El Ing. Pascual Ortiz
Rubio, nuevo gobernador del estado, lo nombra
su secretario particular y después su representante
en la capital. En 1920 es inspector general de
Comunicaciones. Ingresa en la Secretaría
de Relaciones Exteriores, primero como jefe del
Departamento de Publicidad (1921) y luego como
jefe del Departamento Administrativo (1924-1930).
Va como Cónsul general
a Barcelona. Fruto del recuerdo de su patria chica,
intensificado por la distancia, es su primera
novela: Apuntes de un lugareño (1932).
Regresa a México como director del Registro
Civil (1933-1935). Sigue novelando sus recuerdos
en Desbandada (1933), El pueblo inocente (1934)
y Mi caballo, mi perro y mi rifle (1936). En 1935
vuelve como Cónsul general a Barcelona.
Ingresa como Miembro Correspondiente a la Academia
Mexicana de la Lengua. En 1937 va como Embajador
al Brasil; publica entonces uno de sus libros
más populares: La vida inútil de
Pito Pérez (1938). De 1939 a 1945 es Embajador
en Cuba. A este período pertenecen: Anticipación
a la muerte (1939), Una vez fui rico (1942) y
Rostros (1942), que contiene algunos ensayos y
discursos. Al regresar a México tuvo algunas
comisiones oficiales y fue consejero de la Presidencia
de la República. Entonces publicó
Algunas cosillas de Pito Pérez que se me
quedaron en el tintero (1945) y su novela Rosenda
(1946). Pronunció dos discursos de recepción
de la Academia Mexicana de la Lengua; uno como
miembro Correspondiente (Semblanza de una mujer,
20 de agosto de 1941) y otro como de Número.
Leyó entonces una proposición del
Presidente Miguel Alemán, que asistía
a la sesión, para celebrar en México,
por cuenta del gobierno, un Congreso de Academias
de la Lengua. Romero formó parte de la
comisión que fue a Madrid a invitar a la
Real Academia Española. El Congreso de
Academias tuvo lugar del 23 de abril al 6 de mayo
de 1951. Romero pronunció el discurso de
clausura y fue nombrado Vicepresidente de la Comisión
permanente. Tiene un lugar de honor entre los
novelistas mexicanos más populares, entre
los que han pintado con gracia intencionada y
pintoresco realismo nuestra vida de provincia.
A partir de Apuntes de un lugareño (1932)
tiene un tema y un estilo. El tema es su propia
vida; no lo abandonará nunca, lo irá
desarrollando en variables proporciones y en distintas
perspectivas. A veces su propia figura no llena
todo el cuadro, deja que aparezcan otros personajes
y que el paisaje del fondo se vea mejor. Su estilo
poco cambiará; es popular, franco y fácil,
lleno de intención y de gracia picaresca;
procede de la comunicación oral, que reclama
un auditorio, que busca la comprensión
inmediata y el franco entendimiento. Su tercer
libro, El pueblo inocente (1934), es el que tiene
mayor material autobiográfico; a ello debe
su excelente calidad, porque Romero nunca se sentía
más seguro de sí mismo, ni lograba
un dibujo más limpio, que cuando trabajaba
sobre sus propios recuerdos. Tomaba de la realidad
sus personajes; lo mismo Pito Pérez, que
trazó como expresión de cinismo,
ingenio, maledicencia y socarronería, que
Rosenda, bajo cuyos perfiles estoicos palpita
una ternura mansa que tiene algo de la sensibilidad
del alma indígena. El desarrollo de sus
narraciones es siempre lineal, en una sucesión
cronológica; y el trazo de sus caracteres
sencillos, y a veces impresionante. Esto basta
a sus propósitos estéticos, como
lo prueban sus mejores libros: Apuntes de un lugareño,
El pueblo inocente, La vida inútil de Pito
Pérez y Rosenda. En 1957 se publicaron
en un volumen sus Obras completas (varias ediciones).
Antonio Castro Leal
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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