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HUMANISTAS MEXICANOS

 

HUMANISTAS MEXICANOS


LUIS MARÍA MARTÍNEZ
Miembro de la Academia Mexicana

Generación 1885
Nació en Tlalpujahua, Mich., el 9 de junio de 1881; falleció en México, D.F., el 9 de febrero de 1956. Ingresó en la Academia el 30 de diciembre de 1953 como numerario; silla que ocupó: XXIV (1º).


L
uis María Martínez hombre de iglesia, cuyo oficio, o lo que es lo mismo, cuyo deber, mandato, encomienda y misión, es entregarse al ennoblecimiento y elevación de los hombres por amor de Dios, lo fue, en la plenitud de su contenido histórico, don Luis María Martínez. Ser hombre de iglesia, tal como lo requiere la razón de serlo, es tarea de amplitud siempre creciente, de conocimiento, por tanto, penetrante y, necesariamente, de comunicación, de dación, de vecindad con los demás. De modesto profesor, pasó a ser, movido por su inteligencia, siempre en acto inmediato de aclarar verdades, un señalado maestro de filosofía. Y la filosofía, de acuerdo y según la tradición de la Escuela, lo que es decir la filosofía escolástica, siendo la disciplina que nos lleva a las causas, explicación última de las cosas y de los acontecimientos, es, con todo, la sierva de la teología, ancilla theologiae. Y la teología, como patentemente lo dice su raíz verbal, es la ciencia de Dios.
  Que Dios sea uno y trino, que la Segunda Persona se haya hecho hombre y haya habitado entre nosotros, que la vida y muerte de esta Persona constituya la redención, por otra parte verificada para todos los hombres, que el mundo, desde entonces,esté llamado, con instancias de asidua y pertinaz piedad, a ser un trasunto de la Ciudad Celeste y que todos nos tratemos con amigable fraternidad, como congruente consecuencia de todo ello, es lo que esa ciencia de Dios, la teología, enseña y pide llevar al cabo.
  Y don Luis María Martínez ejerció magistralmente su ministerio por el uso brioso de su ingenio, por su asidua curiosidad de saber, por su comunicativa alegría, y en resolución, por su palabra convincente, esto es, por su eminente y prestante calidad de orador sagrado.
  Cabe, en estos tiempos de confusión, engendrada ésta en la ignorancia, por lo común, y aunada, también por lo común, a la petulancia de querer ser original, indagar si lo sagrado está reñido con lo humano; en este caso, si la oratoria de don Luis es ajena a los valores literarios de La Biblia, los Padres griegos y latinos, la especulación escolástica, las universidades, la de París, Oxford, Salamanca y Bolonia, los Concilios, las controversias, los miles de autores antiguos y modernos, los poetas místicos, San Juan de la Cruz, para mencionar al más preclaro, ¿no son parte, la parte principal, del pensamiento y, por consiguiente, de la grandeza humana?
  Poeta y de valía extraordinaria, considerado simplemente como exponente literario, fue el excelentísimo y reverendísimo señor arzobispo primado de México, don Luis María Martínez. Su hondura espiritual, su cordialidad, su gracia y, para definirlo cumplidamente, su mexicanismo por el que todos, creyentes o no creyentes, advertíamos inmediatamente su pertenencia a esta nuestra tierra y a este nuestro tiempo, nos rindieron a tenerle simpatía, a reconocer sus méritos, a aplaudirlo y a guardar de él un recuerdo imborrable.
  "Yo soy Zumárraga", dijo en una señalada solemnidad en el púlpito de la Villa, con ocasión de celebrarse en ella el cincuentenario de la coronación de la Virgen de Guadalupe. Y ser Zumárraga era reducirse a reconocer la ingenua grandeza del indio Juandiego, la amistad de éste con la Mensajera Celeste, el feliz elemento de unión entre los mexicanos, y era, también, sentirse el heredero, conservador y guardián, de la obra intelectual del primer obispo y arzobispo de México. Zumárraga fue el fundador del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, de donde salieron indios latinistas, que es decir humanistas. Tuvo mucho que ver en la introducción de la imprenta en México. El Hospital del Amor de Dios, donde se curaban las bubas, como se llamaba entonces al mal gálico, que los franceses tenían por napolitano, y que no era otro que el morbo de la sífilis, fue fundación de Zumárraga. Las reprensiones, juicios de condenación y permanentes censuras a la primera Audiencia, contubernio de facinerosos y compañía de pillos y bellacos, quedan en la historia de México como ejemplo de una oratoria precisa y concisa, elocuente y, por todo esto, persuasiva.
   La obra intelectual del arzobispo Martínez fue, ante todas cosas, de sus bellas palabras, vehículo de sus bellos pensamientos. Su don de convencimiento, acompañado de su don de gentes, hizo que el Presidente de la República, don Manuel Ávila Camacho, devolviera al culto la fábrica del templo de Tlatelolco, entonces bodega de trastos viejos. Y esos ambos a dos dones, el de convencimiento y el de gentes, lo hicieron ser, como reza su lápida funeraria, "pacificador insigne de la patria", magnum patriae paciferum.
Y es que, nuevo Zumárraga, su palabra, esta vez no para reprochar, sino para concertar, fue válida para acercar a los mexicanos distantes, empeñados en rehuir los contactos, por consiguiente la colaboración.
   Sus meditaciones teológicas, inspiradas en sus profundos conocimientos de la filosofía, y expuestas en la cátedra sagrada, servidas, comunicadas, por mejor decirlo, con la vehemencia de su corazón ardiente, son, desde el punto de vista del valor literario, verdaderas obras maestras de oratoria. Prueba de ello son las traducciones al francés, italiano, alemán e inglés, de muchos sermones, en ediciones que continuamente se suceden.
La ciencia sagrada no se opone a la literatura y el hombre de Iglesia puede ser, como es evidente el caso en don Luis María Martínez, un gran escritor.
Jesús Guiza y Azevedo
Semblanzas de Académicos. Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana. México, 1975, pp. 166-168

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Agradecemos el apoyo para la realización de este proyecto de:


FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS. UNAM

 


GOBIERNO DEL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE MORELOS





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