Nació
en Guadalajara, Jal., el 15 de julio de 1840;
falleció en México, D.F., el
18 de febrero de 1908. Ingresó en la
Academia el 30 de julio de 1884 como numerario;
silla que ocupó: I (4º).
Cargo: Secretario (3º): 1906-1908. |
Luis
Gutiérrez Otero nació en Guadalajara
el 15 de julio de 1840. Hizo estudios de bachillerato
en el Seminario Conciliar, donde sostuvo actos
públicos en las cátedras de Filosofía
y Física; de Derecho, en la Universidad
de Guadalajara, sustentando examen profesional
en 1864, en tanto que despeñaba el cargo
de oficial mayor en una de las salas del Tribunal
de Justicia del estado, y en la cual ascendió
a secretario poco tiempo después.
Antes de abandonar las aulas,
ya se había consagrado al periodismo, "laborando
-afirma Juan B. Iguíniz- en defensa de
sus principios católicos y conservadores":
forma parte de la redacción de El Imperio,
que apareció con el carácter de
órgano oficial (9 de julio de 1864-5 de
diciembre de 1866); en 1865 funda El Tiribaque,
e inicia sus colaboraciones en el semanario La
Religión y la Sociedad (1865-1888); en
1868 escribe en La Civilización; y en 1876
inicia la publicación de El Jalisciense.
Fue uno de los iniciadores de
la Escuela Católica de Jurisprudencia (1870)
y de la Sociedad Católica de Guadalajara,
que aún subsistía en 1888; en la
Escuela dictó gratuitamente una de sus
cátedras.
Después de la revolución
de Tuxtepec (1876), fue electo diputado por Jalisco
al Congreso de la Unión. "Tomó
parte en casi todas las discusiones que hubo en
el seno de aquel congreso -asienta Joaquín
Romo- e hizo siempre él la manifestación
franca y decidida de sus ideas religiosas y políticas,
atrayéndose por esta circunstancia el aprecio
de muchas personas notables de ideas opuestas,
que estiman la lealtad y la franqueza donde se
hayan".
Concluido su ejercicio cameral,
ingresó en la redacción de La Voz
de México, continuando así su vocación
periodística. También en México
desempeñó la cátedra de Derecho
en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Recibió el nombramiento
de socio del Ateneo Mexicano de Ciencias, cuando
Vicente Riva Palacio y varios de nuestros sobresalientes
escritores procuraron el establecimiento de esa
sociedad en 1882.
Por su capacidad y su vasta
cultura humanística, reconocida en las
versiones al español de la obra de Anacreonte,
Virgilio y Tirón Próspero, la Academia
Mexicana lo designó Miembro de Número
en julio de 1884, para ocupar el sillón
I. Colaboró en el cuarto volumen de las
Memorias de la Academia (1895-1899). A la muerte
de Joaquín García Icazbalceta en
1894, la Academia organizó una velada en
el paraninfo de la Universidad, con la asistencia
del presidente de la República Porfirio
Díaz, sus ministros, el cuerpo diplomático,
senadores y diputados. En ella tomaron parte,
entre otros, Justo Sierra y Luis Gutiérrez
Otero. Fue, además, secretario de la Academia
en los años 1906-1907.
La Real Academia de Jurisprudencia
y Legislación de Madrid le nombró,
en 1890, miembro Correspondiente.
En 1903 fue designado superárbitro
de la Comisión de Reclamaciones Hispano-Venezolana.
"Su trato siempre afable,
su educación exquisita, su palabra fácil
y elegante y su laboriosidad, que nunca llegó
a decaer, le formaron una intensa y amplia atmósfera
de simpatía -palabras de Juan B. Iguíniz-.
S. S. Pío X lo condecoró con la
Cruz de Caballero de la Orden de San Gregorio
Magno".
Murió en la ciudad de
México el 18 de febrero de 1908.
Ya desde su permanencia en Guadalajara
se advertían las facultades oratorias de
Luis Gutiérrez Otero. Tanto en la provincia
como en la capital, una pieza seguía a
otra en actos oficiales: en el seno de la Sociedad
Católica, en la Universidad, en el Seminario
Conciliar de México, en las solemnidades
organizadas por el Departamento de Instrucción
Pública. Todo lo asumía: la política,
la religión, la ciencia. En política
fue ardiente defensor de la entidad federada;
reivindicó los derechos de la soberanía
estatal cuando creyó que éstos se
desconocían o pretendían ser atacados
arbitrariamente. Su posición religiosa
le llevó a adoptar las formas de la tolerancia,
pero defendiendo siempre su ideario, que descansaba
en los valores de la moral, la virtud y la justicia,
interpretados a la luz de una concepción
teocéntrica. Su extensa cultura le llevó
a establecer armónicamente las relaciones
de una ciencia siempre subordinada a la jerarquía
del hombre.
"Ya desde Guadalajara gozaba
de la reputación de orador notable -afirma
Joaquín Romo -; pero en los diversos discursos
que pronunció en México en la Cámara
de Diputados, fue juzgado por extraños
como un aventajado tribuno, reconociendo alguno
de los que admiraron a su tío Mariano Otero,
gran semejanza en la pulcritud del lenguaje, en
la extensión de la voz y aptitud en la
declamación".
Su erudición tuvo siempre
el cauce de una prosa de gran aliento expresivo,
de sintaxis bien trabajada; prosa llena de movimiento,
de recursos retóricos propios de los autores
de su tiempo. Su estilo revela una perfecta concatenación
entre la idea y la forma expresiva.
Adalberto Navarro Sánchez
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, pp. 136-138
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