Nació en México, D.F., el 1
de febrero de 1841; falleció en México,
D.F., el 24 de octubre de 1906.
Ingresó en la Academia el 22 de enero
de 1884 como numerario; silla que ocupó:
XIV (2º). |
Alfredo
Chavero (1841-1906) fue originario de la ciudad
de México donde se recibió de abogado
a los 20 años. Desde entonces ejerce una
serie de actividades que parecen descosidas pero
son características a un tipo de vida mexicana
que aún prevalece: poeta, dramaturgo, historiador
y arqueólogo, político y varias
otras cosas.
Sus poesías y sus piezas
teatrales alcanzaron, según nos dice Olavarría,
considerable éxito en su tiempo. Tanto
las de sabor mexicanista como las que se sitúan
en París o algún lugar de Europa,
son tan acartonadas y pasadas de moda que resultan
ilegibles. Dudo que haya un auditorio que las
resistiese hoy. Es el conocido caso del tiempo,
el más inflexible de los jueces. La gran
obra sobrevive a todos los avatares y sigue deleitando
a generaciones sin fin. La mediocre, por mucho
que haya sido aplaudida en su estreno, desaparece.
Éste, a mi entender, es el caso de la obra
literaria de Chavero.
Tuvo en su vida de político
liberal varios puestos, desde Regidor del Ayuntamiento
de la ciudad (cuando pronunció su discurso
en los funerales de Benito Juárez, el 23
de julio de 1872) hasta diputado con gran influencia
en los tribunales. Fue también excelente
director del Museo Nacional, donde en gesto generoso
renunció al sueldo, continuando con el
trabajo.
Su gran biblioteca histórica,
originada en la compra de una de las que reunió
José Fernando Ramírez, más
tarde fue vendida con la condición de que
no saliera de México. Condición
que años después de su muerte no
fue acatada.
Lo más destacado de su
obra y lo más conocido aún consiste
en sus publicaciones sobre el México Antiguo.
La más popular, que se hallaba en toda
casa mexicana con pretensiones culturales, fue
su colaboración a México a través
de los siglos, obra dirigida por Vicente Riva
Palacio. Chavero escribió el primer volumen
intitulado Historia antigua y de la conquista.
La primera edición, aparecida sin fecha
de imprenta, corresponde según parece a
1883, pero algunos dicen 1887. El volumen de 926
páginas recoge lo que se sabía entonces
sobre el tema, interpretado y digerido por el
autor desde un punto de vista indigenista. Es
un esfuerzo muy considerable y a veces valioso
aunque partes hoy son inaceptables. Tenemos que
recordar que en aquellos años la arqueología
apenas estaba naciendo en México por lo
que sería injusto juzgar la obra de Chavero
a la luz de los conocimientos actuales. Pero también
debemos recordar que su obra es posterior a la
de igual título de Manuel Orozco y Berra.
Vista así resulta inferior, con menos espíritu
histórico y menos conocimiento real de
la materia. No es comparable a la del gran maestro.
En otros artículos o trabajos breves mostró
Chavero cuidado en sus datos y una inteligencia
clara del tema tratado. Así en sus dos
estudios sobre la Piedra del Sol (1875 y 1877-1903),
la Biografía de Sahagún (1877) o
la explicación de algunos códices
como el Aubin (1890), el Lienzo de Tlaxcala (1892)
o el Borgia (1900). Tal vez lo más importante
que logró fue las ediciones de dos crónicas
fundamentales: las obras de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl
(1821-2) y la Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz
Camargo (1892).
Ignacio Bernal
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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